EL ORÁCULO DE APOLO

 

Recordando a Popper y el mito de la voz del pueblo

Por Enrique Pallares

 

Karl Popper (1902-1994) vivió prácticamente todo el siglo XX y se puede considerar como uno de los filósofos más influyentes en el pensamiento contemporáneo, específicamente en los campos de la teoría del conocimiento, la filosofía de la ciencia, la teoría de la probabilidad, la filosofía de la cultura, la crítica de las ideologías, la filosofía política y el pensamiento social. Aunque siempre se consideró como un filósofo de la ciencia y de la epistemología, dedicó muchas de sus obras a la filosofía política.

Cuando los nazis se anexaron Austria en 1938, Popper se interesó en los temas políticos y sometió a una crítica implacable e impecable al nazismo y al marxismo, pero también a todas las filosofías sociales desde Platón hasta Hegel, las cuales estaban basadas en el determinismo social, es decir, en la idea de que había leyes históricas semejantes a las leyes de la física y que conducían a eliminar el pensamiento crítico y la libertad.

Producto de estas reflexiones son sus dos libros: La sociedad abierta y sus enemigos y La miseria del historicismo. En esa misma época preparó la traducción inglesa de su trabajo en alemán La lógica de la investigación científica, una gran obra de trascendencia epistemológica, con la idea de que no se debe buscar la seguridad en ciencia ni se debe tener miedo del error, sino que hay que ser osados en proponer hipótesis arriesgadas y someterlas posteriormente a un severo control crítico.

En sus posturas políticas, Popper consideró que la democracia no es el gobierno del pueblo, sino de los dirigentes de los partidos. Sostuvo que los políticos que resultan electos con frecuencia son ineptos, ignorantes, demagogos y corruptos. El veía con claros argumentos, que la única ventaja de la democracia es que permite corregir los errores y retirar del gobierno a esos políticos sin necesidad de pasar por guerras civiles y derramamiento de sangre.

Habló sobre el mito de la opinión pública y de estar prevenidos a que se acepta de modo acrítico. Este mito encierra el mito clásico de vox populi vox dei (la voz del pueblo es la voz de Dios) la cual atribuye a la voz del pueblo una especie de autoridad final y de sabiduría sin límites. Es la fe en la justeza del “hombre de la calle” y que considera que su voto y su voz son justos. Popper acepta que la vox populi a pesar de la información limitada de que dispone, a menudo muchos hombres comunes son más sensatos que sus gobiernos; y si no más sensatos, están inspirados en buenas o más generosas intenciones, pero no necesariamente que sean poseedores de la verdad. Y así es en efecto, la vox populi presupone otro mito que consiste en pensar que es una voz unánime.

Examinando más atrás, vemos que este mito culmina en la doctrina hegeliana que sostiene que la razón tiene la astucia de utilizar las pasiones humanas como instrumentos para aprehender instintivamente la verdad; y que hace imposible que el pueblo se equivoque, especialmente si éste sigue sus pasiones en vez de su razón.

Popper examina los peligros de la opinión pública. Primero considera que es muy poderosa, pues puede cambiar gobiernos, incluso gobiernos autoritarios. Pero, gracias a su anonimato, la opinión pública es una forma irresponsable de poder. Este filósofo considera que la solución consiste en reducir al mínimo el poder del Estado, porque de esa manera, se reducirá el peligro de la influencia de la opinión pública, que se ejerce a través del Estado.

Considera que el Estado es un mal necesario y que sus poderes no deben multiplicarse más allá de lo necesario. Y, que desde luego, si quiere cumplir su función, debe tener más poder que cualquier ciudadano privado o cualquier corporación o grupúsculo.

Para Popper, la diferencia entre una democracia y una tiranía (sobre todo basada en el ejército) es que en la primera es posible deshacerse del gobierno sin derramamiento de sangre; en una tiranía esto no es posible. Se es demócrata no porque la mayoría siempre tenga razón, sino porque la tradición democrática son las menos malas que se conocen. Si el pueblo vota por una tiranía, no es porque tenga razón, sino porque la tradición democrática no es lo suficientemente fuerte en ese país.

En una época como la nuestra, en la que están de vuelta los dogmas y las utopías, considero que los trabajos de Karl Popper deben seguir leyéndose en las facultades de Ciencias Políticas, en las de Administración Gubernamental y en general todos aquellos que prefieren la democracia y no la tiranía. Bastantes filósofos e intelectuales del siglo XX se dejaron seducir por las ideologías totalitarias. Martín Heidegger apoyó activamente al nazismo, Sartre fue compañero de viaje del comunismo, sin embargo, Popper se mantuvo siempre como un gran defensor de las buenas causas, la sociedad abierta y la libertad.

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