EL ORÁCULO DE APOLO

 

Las teorías de la Conspiración

Por Enrique Pallares

 

Donald Trump y muchos gobernantes y líderes actuales, tienen una gran afición a las teorías de la conspiración. Con ellas tratan de justificar muchas de sus acciones y, sobre todo, de los errores que cometen. Muchos recordarán la discusión que se hizo alrededor de aquella creencia de mucha gente de que el alunizaje de Neil Armstrong no se trató más que de un simulacro hecho de manera conspirativa para defender la idea de que fueron los EEUU los que llegaron primero al satélite.

Por otro lado, sostenían (o sostienen) que se trató de una simulación mal hecha, pues en las fotos tomadas no se veían en ellas estrellas, y que sin haber viento en la atmósfera lunar, en el video la bandera ondeaba. Una vez que se establece esta idea en la mente de muchas personas, no existen hechos ni argumentos que los hagan cambiar de opinión. Esto es lo que sucede con los actuales gobernantes que creen en teorías conspirativas.

Una respuesta es la hipótesis de que nuestro cerebro racional está equipado con unos mecanismos neurológicos que desde el punto de vista de la evolución no se han desarrollado de modo suficiente. Y una de las causas, por las que las teorías de la conspiración, así como otras teorías contradictorias y absurdas, que se sostienen o se creen verdaderas, consiste en el gran deseo de los seres humanos de imponer una estructura al mundo y nuestra increíble capacidad por reconocer pautas.

Es cierto que el mundo no está estructurado de por sí de un modo unívoco, sino que somos nosotros los que lo estructuramos al proyectar sobre él la red conceptual que disponemos en ese momento. Casi siempre lo hacemos con la teoría más sencilla y simple.

Los estudios han mostrado que hay una correlación entre esa necesidad individual de estructura y la tendencia a creer en mitos, rumores o en cualquier idea simple que le permita estructurar la realidad como es el caso de las teorías conspirativas. Todos estos contextos no presentan demasiada resistencia a ser creídos. Por el contrario, los argumentos racionales, las evidencias o la elaboración de justificaciones presentan mayor dificultad al pensamiento y por lo tanto no son muy eficaces a la hora de alterar las creencias de la gente.

Si afirmamos que las fotos se tomaron cuando en la Luna era de día, al igual que en la Tierra, no se ven las estrellas. Que la bandera sólo se movía cuando el astronauta Audrin la plantaba y que Armstrong fue filmado bajando la escalerilla por una cámara montada en el exterior del módulo lunar, así como otras videncias más, todo esto no es suficiente como justificación para desmontar la idea de la posible conspiración.

La búsqueda de pautas es una tendencia ancestral. Y en la actualidad, con un extraordinario bombardeo de información, es muy común relaciones de causa-efecto inexistentes, p. e. conspiraciones, por todas partes.

Otra razón por la cual somos tan propensos a creer en las teorías de la conspiración es que somos animales sociales. La posición social es más importante que estar en lo cierto, pues comparar constantemente nuestras acciones y nuestras creencias con los demás es una práctica común para ajustar nuestras propias creencias. Si un grupo social X cree algo, es muy probable que un sujeto de ese grupo siga al rebaño.

Cuanto más personas crean en cierta información, más probable será que se crea como verdadera. Si la persona está demasiada expuesta a determinada idea, a través del grupo social al que pertenece, se da el contagio y se incorpora como parte de su visión del mundo. De aquí se puede concluir, que el contagio social es más efectivo que una demostración racional basada en evidencias.

Existe la tendencia la cual la gente busca los datos que apoyan su punto de vista y descarta aquellos que no lo hacen. Se desestima en gran medida los argumentos de la oposición mientras que se aplauden los que concuerdan con los propios. Así, por ejemplo, las ideas políticas del sujeto, dictan sus canales radiofónicos o televisivos favoritos.

En cambio, la mentalidad científica y crítica busca la repetición de observaciones, las posibles falacias lógicas y reduce el sesgo de confirmación a fin de aceptar que las teorías se pueden actualizar. El pensamiento científico, crítico y reflexivo está abierto a corregir sus textos fundamentales.

Pero, para peor, en muchas personas con creencias firmes, al ofrecerles información rectificadora puede acabar por reforzar sus opiniones a pesar que los nuevos datos las desautoricen.

Es probable que una cultura científica, como alfabetización científica, sea de ayuda a largo plazo. Y esto no quiere decir que la gente común conozca a fondo las diferentes teorías científicas, sino tan sólo una familiaridad con los hechos, las estadísticas y las técnicas científicas así como cierta confianza con el pensamiento analítico nos puedan ayudar a tener creencias mejor justificadas.

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