EL HILO DE ARIADNA

Bienvenidos al circo democrático
Por Heriberto Ramírez

La invención de la democracia es uno de los artefactos sociales distintivos de la cultura occidental, con una larga tradición que se remonta a la época del gran Pericles. El simple hecho de la reunión ciudadana para deliberar en torno a los asuntos públicos, los problemas, principalmente, vinculados a la ciudad. De ahí que Aristóteles se refiriera a los humanos como animales ciudadanos.
Con el paso del tiempo, a medida que la democracia pudo sobrevivir en algunas civilizaciones y resurgir con inusitada y refinada fuerza en la época moderna, sobre todo en los países anglosajones, fue influyendo en las estructuras económicas y políticas. Se ha ido diversificando, ha adquirido distintos estilos, sin que a ninguno podamos adjudicarle el calificativo de perfección; sin embargo, es común admitir que es lo mejor que tenemos en cuanto a la forma de arreglar los asuntos humanos.
Este margen de confiabilidad ha dado lugar a formas, a veces, estrambóticas e incluso extravagantes, que hacen a cualquiera arquear las cejas sobre si aquello que se ve o vive corresponde a lo que denominamos democracia. Y todavía más, las nuevas tecnologías de comunicación le han dado una dimensión desconocida, que aproximan la democracia a un auténtico circo.
Es cierto que los recursos de cuidar la imagen, de cómo me ven y me piensan mis conciudadanos tiene la misma longevidad que la democracia, ahora sería impensable sin las posibilidades tecnológicas. Entre el sinfín de dispositivos que intervienen en este asunto, radio, televisión, periodismo impreso, internet, se admite tácitamente la posibilidad de influir sobre la opinión ciudadana en la medida en que se puedan controlar o influir sobre estos recursos. Los experimentos a este respecto, van desde las más altas esferas hasta las más pequeñas aldeas. Sin embargo, esto da lugar a la interrogante, pero ¿qué tan genuinas son las democracias dependientes de un electorado altamente influenciable?
La gran carpa se levanta y todos son bienvenidos. El escenario está listo. Se ha pensado en un espectáculo que despierte las más variopintas emociones, miedo, incertidumbre, indignación, esperanza, hilaridad o admiración. En el redondel de la política los trapecistas hacen su mejor esfuerzo para atraer la atención de los espectadores, entre los que se encuentran obreros, maestros, campesinos, comerciantes, jubilados, niños, jóvenes, madres de familia también forman parte del regio montaje. Los payasos y los magos sacan de su chistera sus mejores recursos esperando ganar el aplauso del respetable.
Después del divertimento viene el recuento de los daños. Los bolsillos vacíos, la adrenalina empieza a disminuir, los ánimos pueden estar al alza o a la baja, dependiendo del resultado esperado. Todo mundo regreso a su rutina diaria. Las cosas han cambiado poco o nada y toda la gente parece feliz. Dispuesta a repetir el episodio democrático una y otra vez.
Quizá sólo algunos pocos puedan percatarse que las formas de decidir el gasto de la aldea, municipio, estado o país, siguen igual, unos pocos deciden el destino de las formas en que se ejercerán los fondos públicos, la política productiva, las prioridades de la salud pública. Aún y cuando esos pocos se atrevan a señalar esta asimetría del poder la abrumadora mayoría y el enorme poderío del aparato político los acallará en un abrir y cerrar de ojos.
Desmontar el aparato democrático es una tarea complicada, tal vez imposible. Probablemente sería un camino más corto el intentar incorporar otros actores y otros roles dentro de esta dinámica, en el que los ciudadanos puedan contar con posibilidades jurídicas reales o plausibles para llevar a los tribunales o castigar a los políticos deshonestos, mentirosos e incumplidos de todos los niveles. Este sería un ingrediente que bien podría resultar de gran interés para las grandes mayorías.
Pan y circo es la cara más conocida del ejercicio democrático, enmascarada de distintas formas para hacerla aparecer como genuina. Los partidos juegan su parte, confrontan a la sociedad para que decidan por un color y otro, por una persona u otra, sin que, frecuentemente, de fondo ello represente realmente formas alternativas distintas de conducción de los asuntos públicos. ¿Qué hacer ante este aplastante artefacto democrático?
Es importante reconocer que la democracia es un proceso, relativamente nuevo, en el proceso evolutivo humano, dejamos de ser cazadores y recolectores, no hace tanto tiempo, al inventar la agricultura y las ciudades. La ciudadanización conllevó el surgimiento de la democracia, pero ello no significa que haya concluido. La democracia sigue siendo un asunto para ser continuado, perfeccionado, llevado a los asuntos cotidianos, la distribución del agua, los gastos en urbanización, el diseño del aparato productivo y de la salud pública, entre muchas otras.
Para lo cual es necesario contar con ciudadanos informados, dotados de una adecuada capacidad deliberativa, dispuestos a renunciar a sus intereses por el bien de la mayoría si la discusión así lo concluye. El poder alcanzar lo anterior demanda procesos educativos y formativos. Educar para la democracia es todavía una asignatura pendiente. A menos, claro está, que decidamos seguir siendo parte para siempre de este circo democrático.

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