EL HILO DE ARIADNA

El despliegue de la responsabilidad
Por Heriberto Ramírez

Hace días en una de esas reuniones virtuales que por ahora han sustituido a las animadas tertulias que muchos solíamos tener con amigos o colegas, alguien nos increpaba a que adelantáramos cuáles eran a nuestro juicio lo que las implicaciones duraderas que la pandemia nos estaba dejando. Por razones de la fugacidad con que transcurren esos encuentros realmente no alcanzamos a profundizar en el tema, pero me parece que es una pregunta que flota en muchos ambientes.
Siguiendo el hilo conductor de esta misma reflexión de otros colegas, quienes plantean los nuevos alcances de la responsabilidad como un resultado inesperado y positivo de nuestra situación. Responsabilidad de nuestro autocuidado para no contagiarnos y para no contagiar a quienes viven con nosotros. Una actitud moral extendida en la mayoría de las personas como, quizá, nunca antes habíamos visto.
Las prácticas cotidianas de higiene, distanciamiento social, el uso del cubre bocas son una expresión tangible de quiénes asumen esta responsabilidad y quiénes no. Actitudes que se han desplegado a nivel global, en algunos países con mayor contundencia que en otros, pero en fin todo mundo parece entender que la salud de todos es un asunto compartido en el más amplio sentido.
Si bien la compañera inseparable de la responsabilidad es la irresponsabilidad, en este caso ha estado encarnada en la ignorancia y la indolencia, por suerte de unas pocas personas, aunque algunas de ellas gozan de un amplio poder de influencia y han usado ese poder político para confrontar a la ciencia y a sus actores. El ego ilimitado que suele caracterizar a los políticos parece enfadarse ante las evidencias empíricas que contravienen sus intereses, llevando a poner contra las cuerdas a la ciencia en algunas ocasiones. Sin embargo, me parece, en coincidencia con Hans Jonas en El principio de responsabilidad cuando dice: “Pero esta esfera ha quedado eclipsada por un creciente alcance del obrar colectivo, en el cual el agente, la acción y el efecto no son ya los mismo que en la esfera cercana y que, por la enormidad de sus fuerzas impone a lo ético una dimensión nueva, nunca antes soñada, de responsabilidad”. Aunque Jonas se refiere a otra época creo que este pensamiento expresa bien lo que estamos viviendo.
La politización de estos asuntos ha enturbiado los propósitos más loables de profesionales de la luz, llegando, incluso, a subordinarlos a intereses sospechosos. Aunque en el mundo del ethos, de las prácticas del día a día no hay partidos, ni hay izquierdas ni derechas, sino intereses genuinos de protegernos y salvaguardar la salud de nuestra familia y todos los nuestros, esto ha abonado de manera significativa, principalmente, a las mejores causas ecológicas. Porque esto ha repercutido para favorecer la creciente conciencia planetaria, a entender que la salud es de orden prioritario y que la salud ambiental es la expresión inmediata de un planeta saludable.
Esta expansión del sentido de responsabilidad ha tenido la suficiente fortaleza para elucidar en torno a las voces negacionistas, que han emergido más allá del mundo político, y en algunos casos la presión pública los ha silenciado. Podríamos en este sentido hablar de la emergencia de una responsabilidad ilustrada, informada e interesada en las aportaciones de la ciencia, con la claridad intelectual suficiente para apartarse de las medias verdades y la información distorsionada.
Ahora, nos queda abogar por un despliegue mayor para influir en que los insumos sanitarios puedan llegar también a los más desfavorecidos, a los más vulnerables; en la reforma a los sistemas sanitarios para hacerlos más eficientes y accesibles a toda la población. Si es que acaso estamos en la antesala de una deseable revolución moral de todos estos asuntos, me parece, deben estar dentro de este marco. Esto quisiéramos nos condujera a una mayor amplitud y compromiso de lo que significa la responsabilidad de vivir.

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