EL ORÁCULO DE APOLO

Los llevados y traídos “Valores” (2)
Por: Enrique Pallares

Hoy se utiliza la palabra “valor” en muchos contextos sociales. Incluso se dice que la sociedad “está como está” porque se han perdido los valores, como si los valores fueran cosas u objetos que se nos pueden extraviar. Pero alguna vez nos hemos preguntado ¿qué son los valores? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de ellos? ¿Cuál es su origen? o, ¿quién los promulga o los establece? Lo curioso es que hablamos de los valores sin haber definido qué es lo que son o, al menos, a qué nos estamos refiriendo cuando usamos el término. Hay grupos o instituciones que se consideran los únicos que pueden establecer los valores, que los monopolizan, y creen poder juzgar, equivocadamente claro, cuales deben de ser los valores de nuestra sociedad, es decir, que es lo que estamos obligados a valorizar. Por otro lado, hay quien piensa que los significados de las palabras pueden ser verdaderos o falsos y que hay personas o instituciones que tienen el “verdadero” significado de las palabras. Sin embargo, cualquiera que haya leído el Cratilo de Platón sabrá que no existe el “verdadero” o “falso” significado de las palabras.
Para empezar a examinar este tema, podemos iniciar por el camino epistemológico e histórico y dilucidar el término en función de cómo usamos el vocablo en nuestro lenguaje y finalmente examinar si es posible enseñar los valores.
La palabra “valor” proviene del término latino valere que significa “fuerte” y “vigoroso” y en el latín tardío el sustantivo valor significa “valentía”, “coraje” y “precio”. El primer uso técnico se le dio en la economía con Adam Smith donde distinguía el valor de uso y el valor de cambio. Hoy existen expresiones como: “el mercado de valores”, “el impuesto al valor agregado”, “el valor de estos zapatos es tanto”, como claros ejemplos de ese uso. Después en filosofía la noción de valor sustituyó a la noción más antigua, aristotélica, de “Bien”. En Aristóteles el bien de una criatura es aquello hacia lo que la criatura tiende y cuya consecución contribuye a hacerla feliz. El filósofo que popularizó el término valor fue Nietzsche. Después Max Scheler elaboró una amplia y especulativa filosofía de los valores, pero su andamiaje resultó ser bastante endeble.
Hoy en día, la mayoría de los filósofos han llamado valores a las cosas o cualidades que son de hecho estimadas, apreciadas, queridas o buscadas por los seres humanos. De hecho, también los animales no humanos tienen apetencias y preferencias, así como fobias y rechazos. Los valores son precisamente esas preferencias o actitudes positivas o negativas hacia diversas cosas. Algunas de esas preferencias o rechazos son genéticas y otras en cambio son culturales. La preferencia hacia lo dulce es genética, en cambio, valorar la inteligencia es cultural. Los valores (o lo que consideramos valioso) pueden ser fines de largo alcance, es decir, fines generales o preferencias en todos los ámbitos que de algún modo regulan, ordenan, estructuran y restringen los fines concretos que en cada momento podemos perseguir, como pueden ser el conocimiento o la felicidad. Hay valores intrínsecos como la salud, mientras que la medicina o hacer ejercicio tiene valor instrumental. La misma actividad (por ejemplo hacer ejercicio) tiene un valor intrínseco para el deportista y valor meramente instrumental para alguien que requiera una fisioterapia.
Algunos fines de largo alcance son normas sociales interiorizadas. Con frecuencia hacemos nuestras, determinadas normas legales, morales, estéticas, gastronómicas, hábitos de salud, relaciones humanas, estilos de vida, etcétera, que interiorizamos y las asumimos como fines propios, como valioso que aceptamos perseguir, que las preferimos a otros. Los fines a largo plazo, los fines últimos que abarcan la totalidad de nuestra vida son la que la orientan y son precisamente los que le dan sentido.
Los valores no son sólo morales. Los valores pueden ser éticos, estéticos, sociales, epistémicos (es decir científicos), gastronómicos, religiosos, militares, etc. y estos están incrustados, en las diferentes cosmovisiones. Nuestras visiones del mundo cambian, y es por esto que los sistemas de valores humanos son moldeados por las creencias que tenemos acerca de él. Nuestras creencias cambian y evolucionan, y arrastran con ella la valoración. Los valores no son entes materiales ni ideales sino relaciones de preferencias o rechazos. Por eso nos tenemos que preguntar, ¿Realmente se puede decir con sentido que en nuestra sociedad se han perdido los valores? ¿De qué clase de valores nos hablan los líderes? ¿De que clase de preferencias? Todo lo que se maneja es pura confusión, pues todos tenemos alguna escala de valores de cualquier clase. Los valores no se establecen por decreto.
Los valores no se enseñan, no son conocimiento, esto ya se sabía desde Platón. Los valores culturales están inmersos en las visiones del mundo que tenemos. Los valores quedan acotados, más no determinados ni condicionados, sino que son delineados por las cosmovisiones o comprensiones que tenemos de las cosas. Nuestras preferencias, es decir los valores, lo que valoramos, provienen de la comprensión que llegamos a tener del mundo y de la vida.
En realidad no podemos enseñar que es la honestidad, el amor, la responsabilidad, el dinero o la santidad; si acaso se pueden definir, más no enseñar por que los valores no son conocimiento. No podemos enseñar la santidad, la salud o el dinero. El conocimiento se da en enunciados, y los valores no son enunciados ni principios.
Pongamos un ejemplo. Si alguien tiene la creencia que existe una vida plena y gozosa después de la muerte y de acuerdo con esa creencia, si esa persona se arrepiente de todos los males que ha hecho, ella podrá aspirar, cómodamente, a esa vida plena y gozosa más allá de la muerte. Entonces, dentro de esta visión, esa persona va a considerar como valioso el arrepentimiento, lo va a preferir al no arrepentimiento. Arrepentirse se convierte en un valor, en una preferencia, para ella, la hace suya, la interioriza, es decir, incorpora esta idea o acción a su propia manera de ser, de pensar y de sentir. En cambio si yo no tengo esa creencia, y considero que haré las cosas en función de las consecuencias de mis actos sin esperar nada a cambio, y considero que yo soy el único responsable de mis decisiones y acciones, entonces preferiré, valoraré la responsabilidad. La responsabilidad formará parte de mi sistema de valores. Este valor lo hago mío, lo interiorizo.
Como se podrá ver, en ningún caso he tenido que enseñar el arrepentimiento ni la responsabilidad. Estos quedan acotados o son preferidos en función de nuestra visión del mundo o de visiones parciales que tenemos de las cosas.
Vivimos en un mundo en donde se nos bombardea constantemente con información de toda clase y debemos saber ser selectivos con esa información, que por cierto no es lo mismo que conocimiento. Lo que nos debe de preocupar ahora es tener las mejores cosmovisiones del mundo y de la vida. Quizá sería demasiado pedir que todas nuestras creencias fueran verdaderas, exigiríamos algo difícil de obtener. Lo más razonable sería confiar en aquellas creencias o cosmovisiones que fueran lo más racionales posible, las que estuvieran mejor justificadas, las más objetivas, las más coherentes, es decir, las menos contradictorias. Estas cosmovisiones nos ayudarían a establecer mejor nuestra escala de valores en los diferentes ámbitos de nuestras vidas.
Así pues, los valores no son misteriosas entidades trascendentes al mundo humano, sino que se refieren a entidades, estados de cosas y acciones que las personas consideran valiosos, preferidos o no preferidos, deseables o indeseables.

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