LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

Sócrates, el incorrupto. El respeto a la verdad y la ley

Por Mario Alfredo González Rojas
Hacer de la filosofía algo que debemos entender en forma práctica, es sacarle provecho a la filosofía. Si no sacamos provecho de las cosas, qué significado pueden tener esas cosas.
El para qué, es la eterna pregunta que se hacen los niños y los jóvenes, que son los que se hacen más preguntas; los mayores, aunque se hagan preguntas más a fondo, ya no se cuestionan tan seguido. Para estos la vida es así y así será, suelen decirse. En este mundo tan lleno de corrupción, volviendo a la filosofía, la escuela es el espacio donde se debe aprovechar el momento para la reflexión sobre el daño que se presenta cuando se violan principios fundamentales del orden social.
Lo primero que se graba un alumno sobre Sócrates, por ejemplo, es que él decía: «yo sólo sé que no sé nada». Y a veces de ahí no pasa. Y a veces llega a eso de que, «el hombre es malo por ignorancia». Correcto. Pero si queremos profundizar un poquito más en el pensamiento de Sócrates, que nos llegó sobre todo por lo que escribió Platón, y que tenga algo qué ver con ese terrible mal que es la corrupción, vayamos a los momentos últimos en la vida de este gran filósofo.
En los Diálogos de Platón, nos cuenta este pensador, el que además fue un gran atleta, mismo que participó en los Juegos Ístmicos, y hasta fue a la Guerra del Peloponeso, que se le presentó la oportunidad a Sócrates de escapar de la muerte a que fuera condenado, pero que precisamente por respeto a sus ideas, no optó por hacerlo. Aristocles de Atenas, llamado Platón (427-347 a.n.e.) que quiere decir espaldas anchas, convivió mucho con este personaje, ya que fue su alumno; refiere que al ser encontrado culpable de corromper a la juventud y de no creer en los dioses, no quiso faltar a las leyes de Atenas.
Lo acusaban injustamente, ya que era un maestro de los jóvenes, y además llegó a consultar al oráculo de Delfos, lo que indicaba que sí creía en la divinidad. Por sus supuestos delitos, la autoridad le dijo que escogiera entre el destierro y la muerte. En esta circunstancia, los discípulos le ofrecieron pagar una multa, pero se negó porque eso sería aceptar que era culpable. Le hicieron la propuesta de ayudarlo a escapar, antes que tomar la cicuta, puesto que era inocente. Sin embargo, el maestro permanecía imperturbable, aferrado a sus ideas, a sus principios éticos.
Todo este discurrir en los momentos finales de la vida de Sócrates, tiene un alto significado en la filosofía que conviene que los muchachos tomen muy en cuenta, para normar su criterio, acerca de lo que es la justicia, el respeto a la ley. El filósofo decidió que no pagaran la multa sus discípulos, por la sencilla razón de que no era culpable. Y no quiso escaparse, porque según dijo, cómo se vería escapando como un vulgar delincuente, él, que siempre había predicado en favor de la fiel observancia de las leyes.
Aceptar la propuesta de sus discípulos, iba en definitiva contra su concepción del mundo y de la vida, era un rechazo de lo que consideraba la verdad. (A los muchachos hay que insistirles siempre en nuestro amor a la verdad como regla de vida, eso es filosofía).
Los días últimos de la vida de Sócrates, constituyen una lección de vida, que hay que aprovechar para la siembra de ideales en la niñez y juventud. Este filósofo, como padre de la ética, nos enseñó que los principios son la guía en nuestra conducta. Nos parece increíble, claro que sí, que una persona prefiriera morir, antes que burlar la ley de su tiempo, a pesar de ser inocente. Otro cualquiera, consciente de su inocencia, evade de alguna forma, si se puede, la pena que le aplicaran.
No obstante, es para reflexionar el profundo significado de la Apología de Sócrates, que se incluye en los Diálogos de Platón. La corrupción, la lepra que corroe a México, no se diluye con discursos banales. La apuesta de todo gobierno, es por la aplicación rigurosa de la ley, así como por una educación más reflexiva.
Este pasaje de la vida de tan ilustre pensador es parte brillante de la historia de la filosofía, que hay que mostrar a todos. Como decía, la enseñanza de los grandes maestros debe proporcionarse en forma práctica, utilizable, desprovista de visiones ilegibles de la realidad. Permítaseme recordar el punto de vista marxista, de que la práctica es el criterio de la verdad, aunque parezca muy absoluto el enfoque, pero es que hay que dejar a veces las nubes para encontrar las esencias.
Abrevemos en la filosofía de Sócrates, para pensar en el rigor de las aplicaciones de la ley, en lucha contra la corrupción. Fue el hombre sincero, humilde que amaba la verdad y la justicia, y en esa percepción se sostuvo hasta el final de su vida.
Benjamín Franklin, el inventor del pararrayos, uno de los padres de la independencia norteamericana, creía que una virtud deseable era la sinceridad, «no usar artificios dañinos, pensar con inocencia y con justicia». Y en búsqueda de la virtud de ser humildes, dijo que quería «imitar a Jesús y a Sócrates».

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