EL HILO DE ARIADNA

La descomunal asimetría del poder bilateral en la relación México-Estados Unidos
Por Heriberto Ramírez

Nuestra vecindad con Estados Unidos es un claro contraste de las desigualdades en todos los órdenes, políticos, económicos, científicos y tecnológicos, por decir los menos. Para quienes hemos crecido en los límites fronterizos es una disparidad del día a día. Las razones del porqué esa asimetría, son complejas y hunden sus raíces en la formación histórica de cada uno de estos países.
Con idiomas, tradiciones políticas, económicas y culturales distintas, cada uno plantea un modelo de desarrollo distinto con sus propias complejidades, alcances y limitaciones. Estados Unidos ha conseguido construir su inmenso poderío de muy diversas maneras, sus estrategias imperialistas le han permitido controlar el acceso a los recursos naturales en la mayor parte del planeta y con ello hacerse del poder político en todas sus áreas de influencia.
México, con un modelo de desarrollo menos claro, ha mantenido un desarrollo zigzagueante, entre un estado fuerte con una actitud ambigua hacia la libre empresa y una sociedad debilitada, cuyos resultados saltan a la vista. Una economía frágil y una cultura, aunque con una fuerte raíz histórica, cada vez deja más espacio para ser desplazada por la norteamericana.
Por esto y muchas otras razones la fuerza política de México hacia Estados Unidos ha sido, casi siempre de sumisión. Entendible si se considera la correlación de fuerzas. Y cuando no ha sido así su presencia militar en nuestro país ha dejado constancia de su enorme poder y de nuestra escasa capacidad.
Cuando nuestros presidentes se reúnen estas diferencias son visibles, en todos los órdenes. Para quienes, de este lado, asumen las tareas diplomáticas debe resultar un suplicio insuperable tratar de disminuir esa asimetría. Pero, ¿a qué viene todo lo anterior? A que antes en la agenda académica y política se discutía acerca de qué tipo de modelo de desarrollo era el que México habría de seguir. Era una discusión abierta en el ámbito intelectual, desde la economía, la política, la ciencia y la cultura artística. Hoy eso parece olvidado, el desdén reiterado hasta la saciedad los últimos dos años hacia el modelo neoliberal sigue sin cristalizar una alternativa viable al desarrollo y que contribuya a resolver las asimetrías internas de nuestro país.
Las voces más lúcidas parecen haber sido acalladas, los teóricos de la dependencia han detenido su marcha investigativa, las propuestas para equilibrar el desarrollo científico tecnológico escasean, los científicos prefieren emigrar hacia escenarios más prometedores. Entonces, ¿Qué queda por hacer? ¿Contentarnos con ser un país satélite, ninguneado incansablemente? ¿Adoptar y adaptar las prácticas exitosas que le han funcionado al gran imperio?
En medio de este embarazoso silencio, aún asoman voces inquietas que plantean la descolonización de América Latina, en todos los órdenes posibles. Claro, es más fácil decirlo que hacerlo, pero lo que más quiero destacar es la necesidad de discutir, cuantas veces sea necesario el rumbo de nuestro destino. Ante un escenario donde la riqueza petrolera de nuestro país ya no existe, los recursos naturales ya no son tan abundantes, el modelo exportador da muestras claras de agotamiento, la pluralidad política todavía no encuentra su genuina estabilidad republicana y la cuasi ruptura del orden a consecuencia de la violencia es importante replantearnos este asunto ¿hacia dónde debemos dirigir nuestros pasos? ¿Por dónde empezar para trazar la mejor ruta hacia la búsqueda de una condición de bienestar para todos?
Me ha parecido oportuno traer a colación un fragmento del discurso de Martha C. Nussbaum al recibir el premio príncipe de Asturias en ciencias sociales: “Necesitamos una educación bien fundada en las humanidades para realizar el potencial de las sociedades que luchan por la justicia. Las humanidades nos proporcionan no sólo los conocimientos, sino que nos hacen reflexionar sobre la vulnerabilidad humana y la aspiración de todo individuo a la justicia, y nos evitamos utilizar pasivamente un concepto técnico, no relacionado con la persona, para definir cuáles son los objetivos de una determinada sociedad”.
Nuestra capacidad para definir los objetivos que hemos de perseguir a su vez depende de la fuerza que le confiramos al pensamiento enmarcado en una democracia que le dé cabida a un sinfín de discusiones. Poder deliberar acerca del desarrollo industrial, científico, de la agricultura, educación; sin embargo, estos consensos deliberativos todavía parecen demasiado distantes. ¿Realmente será posible construir una agenda en los distintos órdenes de la vida pública y sustentada en un genuino sondeo deliberativo, cuyas consecuencias nos ayuden a conseguir nuestros objetivos y a cerrar, en la media de lo posible esta abismal brecha en relación con nuestro vecino del norte? Quizá resulte difícil saberlo en este momento, pero es algo necesario y puede que de ello dependa nuestro destino, por lo tanto, vale la pena intentarlo.

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