EL HILO DE ARIADNA

El lacónico despertar del poder ciudadano
Por Heriberto Ramírez

El talón de Aquiles de la democracia mexicana ha sido la debilidad crónica de la sociedad civil. Desde sus orígenes se las ha tenido que ver con un Estado todo poderoso que apenas le permite respirar. Cada vez que esta debilitada sociedad civil ha mostrado indicios de apartarse del poder establecido ha sido aplastada una y otra vez.
Todas las fortalezas del Estado han sido en detrimento de una comunidad civil indefensa a merced de una fuerza imponente. Una buena parte de la historia del proceso democrático en México es una secuencia de hechos más que reprobables. Las victorias de esta desvalida sociedad son verdaderamente escasas, por suerte existen, aunque cada vez son más.
La alternancia de partidos en nuestro sistema democrático fue una válvula de escape significativa, durante décadas vivimos asfixiado por el mismo partido. Sus vicios arraigados impregnaron la cultura política de un amplio número de generaciones hasta que los ciudadanos fuimos alcanzando la mayoría de edad, políticamente hablando, y nos decidimos a darle un giro esperanzador a nuestra vida democrática.
Sin embargo, nuestras expectativas no se cumplieron. El sistema de partidos mantuvo los mismos límites estrechos a la participación ciudadana: votar sólo cada tres o seis años por un puñado de reducido número de opciones. Así que la búsqueda esperanzada de resquicios libertarios se mantuvo, o quizá, aumentó su intensidad. Ya habiendo calibrado sus mayores posibilidades de alcanzar sus metas políticas partes, aunque sea mínima de la ciudadanía, se han mantenido en la línea de la confrontación y el desafío a las imposiciones. La bandera de sus causas son las mismas por las cuales han luchado tantas sociedades, sed de justicia, democracia real, equidad distributiva, respeto a sus diversos derechos, entre otros.
En un mar de frustraciones cualquier victoria significa profundas bocanadas de aire puro. O, incluso, puede traer incontenibles ganas de celebración. Como he podido ver a mis conciudadanos festejar la cristalización de llevar a la justicia a un funcionario bribón. Un ladrón de altos vuelos que aprovechó todos los huecos legales para saquear las arcas públicas. Esa inmensa fortaleza que da el Estado frente a una debilucha sociedad civil lo envalentonó, la apuesta por la impunidad ha sido una práctica exitosa para los que han sabido escudarse detrás de un puesto público.
Si bien el latrocinio es una práctica vulgar y ruin, en este caso se trata de ladrones de altos vuelos, pues en el servicio público no existen delincuentes en solitario. Son redes organizadas, es decir, criminales organizados, elegidos para buscar el mayor bien para el mayor número posible de personas. Pero, ¿Cómo es que esta poderosa y dañina estructura enquistada en el gobierno se derrumbó?
Sería torpe asegurar que se trata de una victoria casual y repentina, los movimientos de oposición, usualmente, se incuban lento y suelen ser unos pocos ciudadanos los responsables de la eclosión. Aunque se desprende de lo anterior la idea era obviar nombres en aras de la mayor generalidad posible, en este punto es inevitable ignorar la referencia a Jaime García Chávez, hay quienes lo recordamos desde su lucha en defensa del Sindicato de la Industria Nuclear, de los trabajadores de Aceros de Chihuahua, las demandas, fraudulentamente ignoradas, a otros gobernadores, por decir lo menos. Con paciente inteligencia investigó, armó y fundamentó razonadamente a favor de una causa para buscar llevar a los tribunales a un reconocido funcionario corrupto. Quizá nadie más lo hubiese hecho, o no al menos con la diligencia jurídica con que él lo hizo. Incluso, su lucha fue bandera suficiente para que alguien más se hiciera gobernador. Fue una semilla fecunda para creer en la fuerza del poder ciudadano.
Este suceso de resonancia nacional ha venido acompañado de vientos de expectación, y ha coincidido con mi lectura de Esperanza en la oscuridad de Rebeca Solnit, que abre con una frase oportuna: “La esperanza es un regalo al que no puedes renunciar, un poder del que no tienes que deshacerte”. Quien a su vez páginas más adelante cita a Patrisse Cullors, una de las fundadoras de Black Lives Matter: “Proporcionar esperanza e inspiración para la acción colectiva y construir así un poder colectivo con el objetivo de alcanzar una transformación colectiva cimentada en el dolor y en la rabia pero orientada hacia la visión y los sueños”.
Esta victoria ciudadana, sin dudarlo, también se inscribirá en la corta lista de las causas perdidas que se han ganado. Aunque, insignificante si vemos en el horizonte la enorme tarea que tenemos por delante…

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