ESQUELETOS EN EL CLOSET

 

Soy el Rey Lagarto, puedo hacer cualquier cosa
Por Jorge Villalobos

 

Ya saben de quién estamos hablando: el pasado viernes 3 de julio se cumplieron 49 años de la muerte de Jim Morrison, el insigne cantante de The Doors, cuya fama y fortuna sufrieron tres décadas de altibajos hasta finalmente instalarse entre las bandas de rock más veneradas.
La historia en breve: en el verano de 1965 en Venice Beach, California, Morrison conoció a Ray Manzarek, éste le dijo que quería formar un grupo musical. Morrison vio en el proyecto una válvula de escape a sus ansias literarias: “Yo quiero estar ahí, vamos a hacer una banda”. Manzarek reclutó a John Densmore y a Robbie Krieger para formar Las Puertas, nombre propuesto por Morrison, inspirado en un verso del poeta William Blake: “If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is: infinite” (“Si las puertas de la percepción fueran franqueadas todo aparecería ante el hombre tal como es: infinito”).

Dado que Morrison no contaba con ningún entrenamiento musical y no podía ofrecer nada como músico, comenzó a darle rienda suelta a su inspiración para componer letras. En 1967 lanzaron su primer álbum, pronto lograron reconocimiento y su carrera musical se disparó.
Que nadie se dé por sorprendido: la grandeza de los Doors yace en la profunda coordinación que lograron como grupo, Jim Morrison por sí solo no habría llegado a ser una leyenda si no hubiera contado con el apoyo de Manzarek, el ilustre tecladista que amplió inmensamente la gama de polifonías a que estaban acostumbrados los hippies de Los Angeles a mediados de los sesentas; Densmore, un baterista con un estilo y una técnica muy depurados, y Krieger, uno de los pocos guitarristas de rock que han logrado con éxito la fusión con el jazz. Su estilo musical transgredió las tendencias de la época, es una extraña mezcla de rock con blues y jazz, generalmente elegante y melódico, a veces muy accesible, pero al mismo tiempo críptico, enigmático.

Entre 1967 y 1970 lanzaron al mercado seis álbumes de estudio y uno en concierto; tras la muerte de Morrison el trío sobreviviente lanzó dos álbumes más con nulo éxito comercial, y los Doors pasaron a ser una de tantas bandas que quedaron en el olvido. En 1978 Manzarek, Densmore y Krieger grabaron música de ambiente para dar fondo a las grabaciones de poesía que hiciera Morrison en vida y lanzaron el álbum ‘An American Prayer’, que durante un breve periodo “revivió” el catálogo de los Doors en los estantes de las tiendas de discos.

Ahora bien, ¿qué tanto pueden influir los medios de comunicación y la llamada libertad de expresión en la forma de pensar de los individuos, hacerlos desear o despreciar algo o a alguien? Por hacer un ejemplo práctico, mire usted: cuando en 1980 apareció el libro biográfico sobre Jim Morrison ‘No One Here Gets Out Alive’ (“Nadie sale vivo de aquí”, escrito por Jerry Hopkins y Danny Sugerman) el público se hizo una idea que ensalzó a Morrison como un ser humano con gran carisma y harta sensibilidad que había sido malinterpretado precisamente por influencia de las autoridades y de la prensa amarillista. Y los fans crecieron y se multiplicaron.

En 1991 apareció la película ‘The Doors’ –dirigida por Oliver Stone y con Val Kilmer personificando a Morrison–, que muestra al cantante como un megalómano con tendencias psicópatas, vicioso, infrahumano y de pilón desadaptado. Y los fans crecieron y se multiplicaron; el altar que habían construido a la memoria de Morrison se acrecentó. Tan enajenable es la masa humana que cada nueva opinión “autorizada” puede derribar muros y levantar torres (un caso similar se dio con la muerte de Kurt Cobain, cantante de Nirvana, ¿acaso son ejemplos dignos para la sociedad?).

Un poco antes que la virulenta película de Stone apareció un libro escrito por John Densmore, ‘Riders On The Storm’ (Bantam Doubleday Dell, Nueva York, 1991; “Jinetes en la tormenta”, Grijalbo, Barcelona), en el que el autor procura ver las cosas con juicio objetivo y darles sus pesos y valores correctos. Y la opinión del baterista como protagonista interno de la epopeya de los Doors pesa más que cualquier cosa que hayan redactado Hopkins y Sugerman o que haya filmado Stone. Ahora, el mismo Densmore confiesa en su libro que colaboraría con Stone para elaborar el guión de la película, pero acepta tristemente que estaba renuente a hacerlo por el temor a que todo resultara en un malentendido (pillín, ¿cómo lo supiste desde antes y no nos avisaste?). Sin embargo tanto Densmore como Krieger y Manzarek colaboraron con Stone para que realizara su libreto, pero éste pagó con moneda falsa: los Doors no vieron la película hasta su estreno, y su entusiasmo por el proyecto se convirtió en amarga decepción al ver que Stone logró quitarle a Morrison toda su humanidad, su poesía, su inteligencia, y convertirlo en un símbolo de caos y decadencia (cuando la idea original de sus excompañeros era la de rendirle un tributo. Cría cuervos…).

Pero resulta que la imagen de Morrison que el público más ha aceptado es precisamente esa, la perversa, descarnada y visceral; sus fans ven en él al epítome del ‘rock star’ evadido de la realidad que vive en una vorágine de libertinaje y excesos. Si se dan cuenta de que un día le dolió el estómago su estatus de superestrella peligra. Y el por qué de todo esto radica precisamente en la manipulación de la información que se hizo sobre la persona que en vida respondió al nombre de James Douglas Morrison. Esa manipulación ha sido el talón de Aquiles de los Doors desde marzo de 1969, cuando una presentación en concierto en el auditorio Dinner Key en Miami degeneró en demanda judicial contra Morrison por “comportamiento impúdico y lascivo y exhibición indecente en público”. Es posible que los Doors tuvieran su cachito de historia en el rock por el simple hecho de haber logrado su música, pero el “caso Morrison” llegó incluso a poner coloraditos los rostros de los Beatles, los Rolling Stones, Donovan y el Grateful Dead, que en ese periodo ya habían sido protagonistas de sendos juicios por posesión de drogas.

Ascenso y caída. Y luego el libro de Sugerman y Hopkins. Y luego discos con material inédito. Y los fans crecieron. Y luego la película de Stone. Y se multiplicaron. Y antes el libro de Densmore. La figura de Morrison se convirtió en pan de cada día durante los años noventa; si alguien había olvidado a The Doors, había recordatorios periódicos. Pero, ¿hasta dónde influyen los medios de comunicación en la forma de pensar de los individuos? ¿Qué tan desconocido era Jim Morrison como para que Oliver Stone filmara un largometraje completo como si se tratara de un personaje ficticio al que retrató como un licántropo en luna llena perpetua y el público respondiera consumiendo sus discos y venerándolo?
John Densmore pone en claro en su libro que Jim Morrison fue una persona con vicios y virtudes, tal vez poco común pero bastante corriente, que tuvo un gran carisma y una increíble sensibilidad artística, pero que también tuvo sus errores y sus malos ratos. El mismo Densmore se refiere a Morrison con cierto respeto, pero no niega que había momentos en los que era preferible huir de él antes que exponerse a ser blanco de una de sus puntadas. Expone que una gran parte de la mala reputación de Morrison era verdad. Se le atribuyen frases como “vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito”, “hay cosas conocidas y cosas desconocidas, y en medio están Las Puertas”, “el odio es una emoción muy subestimada”, “estoy interesado en todo sobre revuelta, desorden, caos, especialmente actividad que parece no tener sentido; me parece que es el camino hacia la libertad”, y la más célebre, con la que estableció su propio apodo, “soy el Rey Lagarto, puedo hacer cualquier cosa”. Posiblemente su tan alabada genialidad procedía de su vasta cultura y sus inquietudes literarias, que le llevaron a destacarse como el gran “poeta americano” y que al mismo tiempo fueron su caja de Pandora personal.

Ocurrió lo siguiente: en marzo de 1969 los Doors realizaban una gira, ya tocando en arenas grandes donde cabían chorromil espectadores, lo máximo. Pero el tecladista, el guitarrista y el baterista se encontraban día a día con el problema de controlar y atenuar los desplantes del cantante, al que le había dado por echar a perder cuanto concierto ofrecían. Tenían que estar bien atentos al momento en que Morrison iba a perder el control para poder hacer en su música cambios de tiempo que influyeran el estado de ánimo del vocalista, que normalmente prefería interrumpir sus obscenos monólogos frente al público antes que sacrificar la grandeza de su música.

Pero llegó el momento del concierto en Miami y Morrison llegó tarde, y ebrio. No hubo ensayo previo y durante la presentación el gritante se les salió de la bolsa a sus compañeros: empezó a quitarse la ropa en el escenario y a decir leperadas, pero lograron cambiarle el ánimo antes de que de plano se desnudara y el concierto finalizó satisfactoriamente. Hasta ahí todo andaba bien, pero nueve días después les llegó una demanda judicial por conducta obscena y escándalo público. Y el resto de la gira se convirtió en humo, se encontraron con que todos los promotores habían cancelado sus presentaciones. Las únicas presentaciones que consiguieron durante el resto de 1969 fueron las que hicieron en México, D.F., en junio –y habían hecho un acuerdo para tocar cuatro noches en un cabaret muy exclusivo a cambio de un concierto en la Plaza de Toros a precios populares, que finalmente fue cancelado “por el riesgo de provocar disturbios” (tan pintoresco este México nuestro, ¿verdad?).

El juicio contra Morrison se extendió hasta septiembre de 1970 y fue encontrado culpable y condenado a ocho meses de prisión, pero logró la libertad condicional. En marzo de 1971 se trasladó a París con su ‘compañera cósmica’, Pamela Courson, con la intención de pasar una temporada tranquila alejado del bullicio y de la falsa sociedad e intentar rehabilitarse de sus adicciones. El 3 de julio Pamela lo encontró exánime en la tina de baño. Tenía 27 años de edad. La causa oficial de su deceso fue señalada como insuficiencia cardiaca pero no se le practicó autopsia. Empezaron los rumores. Pero los sórdidos detalles de su muerte no son la materia de interés en esta ocasión.

Pasadas las alternativas épocas de olvido y de auge, con la llegada del nuevo milenio la materia de la leyenda del Rey Lagarto se solidificó y finalmente apuntaló a los Doors entre las bandas más importantes de la historia del rock. La vida de Jim Morrison fue corta pero fructífera, y la música que contribuyó a crear al lado de los Doors aseguró a su memoria un lugar en el panteón de la cofradía rocanrolera. Y los fans crecen y se multiplican.

* Comentarios, sugerencias, dudas o desavenencias acerca de “Esqueletos en el Closet” son atendidos al correo electrónico esqueletosenelcloset@hotmail.com.

Mostrar más
Botón volver arriba