LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

La muerte de George Floyd, ¿y nuestro racismo?

-Hermanos en el discurso, nos distanciamos en la calle, siguiendo el camino del pasado.
Por Mario Alfredo González Rojas
Siendo yo un muchacho, me dijo un día en su casa de la calle Quinta, esquina con avenida Veinte de Noviembre, en esta ciudad capital, el escritor Martín H. Barrios Álvarez, que le tocó conocer a José Vasconcelos, el llamado Maestro de América, cuando vino a dictar una conferencia al viejo Teatro de los Héroes. «No te imaginas -me decía – la fama de que venía precedido, era todo un personaje…ya ves, además de escritor, fue político, era todo».
La plática vino a cuento porque hablábamos de música, de deportes (la Guay tuvo al fundarse en 1907, sus oficinas en uno de los anexos del teatro), hasta de Felipe Ángeles, al que juzgaron en dicho inmueble. Entonces recordó Álvarez la ocasión de la conferencia, en la que tuvo como hechizados el autor de la «Raza cósmica», y de «Ulises criollo» a los oyentes, por su fácil expresión, llena de ideas y de toques emotivos.
Su frase última para coronar tan brillante intervención, que era sobre el humanismo que se estaba perdiendo, fue: «…ten por divisa en la vida, el apartamiento de todo apartamiento, el desdén de todo desdén, en suma, amarlo todo».
Salió Vasconcelos, entre las más grandes muestras de aprobación, y ya cuando estaba en la banqueta, «de pronto pasó -así lo narró Barrios Álvarez- un indio, cargando en su cabeza una canasta con artesanías, y como llovió la noche anterior había un charco, el que pisó el indígena y zas, que salpica a «Pepe» Vasconcelos y que le ensucia su traje negro, impecable».
A partir de aquel incidente, cayó de la gracia de Martín el célebre pensador, así lo reconoció quien después de aquel hecho fuera gobernador interino con Alfredo Chávez, porque muy disgustado el encharcado y trajeado, le dijo una serie de groserías al pobre vendedor asustado.
El que escribió La raza cósmica, obra en que rechaza las ideas de Carlos Darwin sobre superioridad racial, para reconocer todo esfuerzo que se haga para mejorar la moral cultural de la raza oprimida, se había comportado como todo lo contrario. En este orden de contradicciones, incluso se llegó a decir un tiempo, y Roberto Blanco Moheno fue uno de los que lo mencionó en uno de sus libros, que Vasconcelos al irse de México tras su derrota electoral, murió en Estados Unidos y que entonces, era un «doble», el que anduvo en nuestro territorio en fecha posterior.
Bueno, el caso es que cambió mucho el carácter y personalidad del personaje, lo que se prestaba para toda clase de suposiciones. Dejemos eso de lado, porque la verdad, suena muy inverosímil.
De cualquier manera, la contradicción entre lo que decimos y hacemos con respecto al indio, es sintomático del racismo que prevalece en distintas partes del mundo, incluido México. Hermanos en el discurso, nos distanciamos en la calle, siguiendo el camino del pasado, que diseña las diferencias por el color y el dinero.
En estos días, ha conmovido al mundo, la muerte de George Floyd, a manos de un policía en Minneapolis, y este homicidio es uno más de los que se cometen frecuentemente en Estados Unidos, en que la víctima es alguien de «color». En un dato, así «a bote pronto», nos dice el Washington Post, que en los últimos cinco años, han sido asesinados a tiros mil 254 personas negras; y el BBC de Londres, recuerda que entre 1877 y 1950, fueron linchados más de 4 mil 400 afroamericanos. Y así seguiríamos, dato, tras dato.
Tradicionalmente, se ha resaltado en México la riqueza de nuestro pasado prehispánico, pero no tienen casi nada que agradecer los pueblos indígenas que están distribuidos en todo el país, a los gobiernos de los tres niveles.
El racismo de una u otra forma ha permeado la vida nacional. Se habla de un 10 por ciento de indígenas del total de la población de México. Hay un registro aproximado del número de habitantes indígenas, con sus 68 lenguas, junto con otros datos que los identifican; son ante todo personajes de la historia, raíces del mestizaje, es cierto, pero eso de nada vale.
Hace algunos años, en el estado de Chihuahua se llegó a levantar un censo de la población tarahumara, en el que hasta se incluían los nombres de cada uno de sus habitantes. Muchos se preguntaron, por qué o para qué fue esta gran laboriosidad de parte del gobierno del estado. Saber los nombres de ellos, qué iba a remediar, ¡caramba!
A propósito de Floyd, una maestra de nombre Jane Elliott, de 87 años, quien ha tenido un largo historial como luchadora antirracista, reunió un día en un auditorio a cierto número de adultos blancos. Y fue para invitarlos a que se pusieran de pie, los que quisieran recibir el mismo trato que se les daba a los afroamericanos. Les repitió la petición, pero nadie se animó a pararse.
«Como quiero que me traten, debo yo tratar a los demás». Esa regla de oro, que es inmemorial y fue puesta con elegancia filosófica en los temas del deber y el hacer, en palabras de Kant en la «Crítica de la Razón práctica», pues nomás no la aplican en Estados Unidos y tampoco nosotros, con nuestros indígenas y también con los centroamericanos, que nos llegan muy seguido, desesperados, por el sureste de nuestra amada y desigual patria.

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