EL HILO DE ARIADNA

Las tecnologías entrañables, una alternativa al desarrollo
Por Heriberto Ramírez

 

Cada cierto tiempo escuchamos decir que tal o cual tecnología tarde o temprano, y de manera inevitable, se hará presente en nuestras vidas. Lo cual da lugar a pensar que hagamos lo que hagamos o dejemos de hacer, esas tecnologías terminarán por avasallarnos. Por ejemplo, llevamos pensando ya varias décadas que la inteligencia artificial entrará a los espacios más recónditos de nuestra cotidianeidad y terminará por dominarnos, o bien, llegará para liberarnos de los trabajos más difíciles y tediosos, aumentando considerablemente nuestro tiempo dedicado al ocio.
Que el libro de papel desaparecería iniciando el siglo, la cura del cáncer estaba a la vuelta de la esquina, el internet posibilitaría al fin la libertad humana y eliminaría la opresión burocrática, la eliminación de la hambruna, entre otros ejemplos no cumplidos de lo que, al parecer, inevitablemente ocurriría. El exceso de optimismo en la tecnología nos ha llevado a un “sonambulismo tecnológico”, depositando todas nuestras expectativas futuras en el tipo de tecnología que las grandes empresas y los gobiernos nos ofrecen.
El mercado tecnológico funciona, en gran medida, por las alianzas ente la ciencia y los grandes consorcios económicos, la búsqueda de ganancias parece ser el fin último. El consumo de toda clase de dispositivos con una obsolescencia programada parece garantizar el bienestar y la felicidad. La verdad sea dicha, los contextos suelen ser muy distintos, hay lugares donde una computadora, frente a la escasez de agua, poco tiene que ofrecer en términos de bienestar.
En el horizonte se vislumbran, al menos dos escenarios, el primero es aceptar lo que gobiernos y las grandes corporaciones nos ofrezcan como la opción más rentable; o bien, pensar que los ciudadanos aún podemos delinear otras posibilidades de desarrollo tecnológico. ¿Qué podemos hacer las personas de la calle frente al poderío de las “tecnologías malvadas”? ¿Puede haber alguna forma de oponernos al inmenso poder de las grandes empresas tecnológicas? ¿Si una tecnología representa una amenaza para el medio ambiente o contra el buen orden social, hay algo que podamos hacer?
Un recurso común es echar a volar la imaginación e inventar un sinfín de posibilidades, un final recurrente de este camino ha sido el tecnoutopismo, el cine, la literatura, las historietas nos han acostumbrado a transitar por esta vía. Aunque, la idea es mantener los pies sobre la tierra, con el fin de construir un modelo alternativo que sea viable. Si en el modelo dominante, el último eslabón de la cadena es el consumidor, ¿por qué este no se le puede concebir como alguien capaz de decidir y en algún momento rechazar lo que el mercado le pretende imponer?
Desde hace un tiempo destacados intelectuales se han dedicado a construir un modelo posible de desarrollo tecnológico orientado hacia el uso de tecnologías que ellos llaman entrañables. Entre ellos están Miguel Ángel Quintanilla, Darío Sandrone, Martín Parselis y Diego Lawler, quienes han conjuntando sus ideas en el volumen Tecnologías entrañables, publicado hace relativamente poco.
¿Qué son estas tecnologías entrañables? ¿Cuáles son sus características? Quienes han trabajado sobre estas llamadas tecnologías entrañables, han elaborado su propio decálogo, de acuerdo con este las tecnologías deberían ser abiertas, es decir, sin restricciones de acceso para su uso, copia, modificación y su distribución condicionada por criterios o factores externos a la propia tecnología; polivalentes, que sean capaces de integrar diferentes objetivos en un único sistema técnico; dóciles, su funcionamiento depende de un humano; limitadas, sus consecuencias han de ser previsibles; en caso contrario debe aplicarse algún principio de precaución; reversibles, ha de ser posible restaurar el medio natural o social en que se implante un sistema técnico; recuperables, que sean susceptibles de mantenimiento activo y de recuperación de residuos tóxicos, se debe prohibir la obsolescencia programada; comprensibles, evitar las llamadas cajas negras que producen desconocimiento; participativas, los ciudadanos deben poder participar en los procesos tecnológicos; sostenibles, es decir, permitir el ahorro, el reciclado de energías y recursos; y socialmente responsables, que tengan en cuenta la situación de los colectivos más desfavorecidos.
En entrevista concedida a Sergio C. Fanjul columnista de El País, Miguel Ángel Quintanilla enfatizó que “el futuro no viene dado, sino que lo construimos nosotros sembrando ahora sus semillas. Hay una conexión posible entre los seres humanos y el devenir de las máquinas, sin renunciar por ello a impulsar el desarrollo tecnológico y a aprovechar sus consecuencias sociales y económicas beneficiosas”.
Para evitar el “sonambulismo tecnológico”, es decir, aceptar toda tecnología que llegue a nuestras manos sin ninguna clase de cuestionamiento o deliberación supone una ciudadanía alienada; por el contrario, concebir la posibilidad de construir un mundo distinto requiere de personas lúcidas, capaces de preguntarse por las consecuencias de esa tecnología y que estén dispuestas a rechazarla si no cumple con las características deseables para acogerla en su vida, poder discernir con claridad cuándo se trata de una tecnología entrañable.

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