ESQUELETOS EN EL CLÓSET

El rock como agente cultural y social (III y Última Parte)

Por Jorge Villalobos

 

Originalmente la música de rock se nutrió de la intrínseca actitud resentida del blues que conservaron los negros norteamericanos desde cuando eran esclavos legales hasta cuando fueron promovidos al estatus de esclavo-disfrazado-de-hombre-libre. Pero en un principio el Rock and Roll era sutil, demasiado sutil: se limitaba a ayudar a los jóvenes a canalizar energía por medio del baile (“Yo no soy un rebelde sin causa/ni tampoco un desenfrenado/yo lo único que quiero es bailar rock and roll”, cantaban en 1961 Los Locos del Ritmo).

Desde su etapa temprana como cantautor folk Bob Dylan cantaba “Blowin’ in the Wind” (“Soplando en el viento”) y “The Times They are A-Changin’” (“Los tiempos están cambiando”), pero fue hasta finales de los años 60 cuando los exponentes de la música rock comenzaron a comprometerse con mensajes concientizantes.

Los jóvenes se involucraban socialmente, y los músicos de rock participaron de este despertar. Philip Norman explica el fenómeno en su libro ‘Los Rolling Stones’ (Ultramar editores, Barcelona, 1987): “Los dos últimos años [1967 y 1968] habían visto la evolución del pop hacia el rock; un simple reforzamiento de sonido y de espíritus; una conciencia. El rock no solo era mil vatios más de ruido; también era varios cientos de veces más serio, de una seriedad que tocó por igual a las bandas (ya no se les llamaba grupos) que tocaban canciones tan enormes y difíciles como para parar trenes, y también tocó a los espectadores, que escuchaban con una atención que era casi el mismo virtuosismo”.

Así surgió la llamada contracultura. Los mensajes de conciencia estaban aderezados con grandes dosis de drogas y alucinógenos, lo cual los hacía en cierta forma inconsistentes, pero no por eso vanos. La rebeldía era real y hasta justificada -según el color del cristal con que se mire-. En todo el mundo había disturbios con estudiantes como personajes principales y policías y ejércitos como comparsas. Al menos en Estados Unidos no hubo represión por la fuerza (puros enlistamientos en el Ejército, causando hartos traumas a posteriori), pero en otros sitios las hordas de jóvenes involucrados en movimientos de protesta fueron consideradas amenazas sociales y reprimidas a fuerza de garrote. Ni México escapó a la sacudida mundial, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría y millones de auténticos mexicanos son testigos.

Con respecto a las fricciones sociales que desataran en 1968 las protestas contra la guerra de Vietnam, la convulsión de la Primavera de Praga, la represión de los tumultos en Chicago tras la Convención Demócrata y las manifestaciones de jóvenes estudiantes en París y (¡oh, Dios!) México, los hippies hicieron célebre su consigna “Haz el amor, no la guerra”; pero mientras los Beatles establecían una actitud pacifista con “Revolución” los Rolling Stones plantaban con firmeza su mensaje subversivo en “Peleador callejero”: “Donde quiera escucho el sonido de pies marchando, cargando, muchacho/porque el verano está aquí y el tiempo es bueno para pelear en las calles, muchacho/pero, ¿qué puede hacer un pobre muchacho/excepto cantar en una banda de rock and roll?/Porque en el soñoliento pueblo de Londres/simplemente no hay lugar para un peleador callejero” (“Street Fighting Man”, por Mick Jagger y Keith Richard, 1968).

En septiembre de 1969 se efectuó un festival gratuito llamado ‘Woodstock, tres días de paz y música’ en la granja Bethel, en Nueva York, donde Country Joe McDonald cantaba “I-Feel-Like-I’m-Fixing-To-Die” (“Siento-que-me-alisto-a-morir”): “Uno, dos, tres, ¿por qué peleamos?/No me pregunten, no me importa/nuestra próxima parada es Vietnam/cinco, seis, siete, abran las puertas aperladas/no tengo tiempo para preguntar por qué/voy a morir/ahora vengan, madres de todo el país/empaquen a sus hijos hacia Vietnam/vengan, padres, no desesperen/apunten a sus hijos antes de que sea tarde/sean los primeros en su cuadra/en tener a su hijo de vuelta a casa en una caja”, y Jefferson Airplane interpretaba “Volunteers” (“Voluntarios”) mientras los organizadores hacían un llamado a los 300 mil asistentes a seguir la filosofía de “amor y paz”.

Paralelamente, en Cuba Pablo Milanés y Silvio Rodríguez exponían su propio pesar por los regímenes latinoamericanos. Milanés cantaba ‘Yo pisaré las calles nuevamente’, “de lo que fue Santiago ensangrentada/y en una hermosa plaza liberada/me detendré a llorar por los ausentes”, ‘Son de Cuba a Puerto Rico’ y ‘La vida no vale nada’; mientras Silvio hacía himnos con ‘La era está pariendo un corazón’ y ‘Fusil contra fusil’. Óscar Chávez también le tiraba pedradas al gobierno priísta en México. Hasta ‘Mafalda’, el personaje creado por el argentino Joaquín Salvador Lavado, ‘Quino’, se aventó su canción de protesta “Los buenos empezamos a cansarnos”: “Queremos mucho a la gente, por eso nos cae muy mal…/…que la perforen a tiros o achicharren con Napalm” (Joaquín Salvador Labrado, ‘Quino’: ‘Mafalda’, vol. 4, tira 941, 1968, ed. Jorge Álvarez).

A mediados de los años 70 aparecieron grupos neofascistas en Inglaterra que expusieron una tendencia musical y de imagen violenta y agresiva: el punk. Sus máximos héroes, los Sex Pistols, cuyos integrantes se hacían llamar Sid ‘Vicioso’ o Juanito ‘Podrido’, intentaban una forma de protesta cruda y brutal, y se ponían como ejemplo a sí mismos para demostrar la decadencia social; es decir, ¡se autoinmolaban con fines didácticos! Por fortuna el punk en su manifestación ‘hardcore’ (o “de hueso colorado”) fue un movimiento efímero, que tuvo un breve periodo de resurgimiento a mediados de los años 80 pero que nunca contó con adeptos suficientes como para ser considerado de forma trascendente.

Este apartado se cierra con la anécdota de la muerte de John Winston Lennon, fundador de los Beatles: tras haber sido considerado persona non grata por el gobierno estadounidense a principios de los años 70 por su participación en protestas colectivas y su activismo social, Lennon permaneció ausente del ojo público durante cinco años. En 1980 se preparaba para regresar a la escena musical. El 8 de diciembre de ese año, en Nueva York, Mark David Chapman abordó a Lennon en la calle y lo asesinó disparándole a quemarropa. Se manejaron hipótesis sobre la identidad de Chapman y el motivo de su acto, el cual, aunque él permanece encarcelado, nunca ha sido debidamente esclarecido. Entre otras teorías de conspiración, a cual más descabellada, hay quienes afirman que Chapman es un mercenario contratado por la CIA para asesinar a Lennon. Vaya usted a saber.

Actualmente la idea radical del compromiso social ha sido casi abandonada por los exponentes de música rock en todos los países; tan sólo quedan unos pocos intérpretes de corrientes de rock pesado que continúan con dicha temática, pero por lo general no son considerados para difusión por medios masivos de comunicación y deben limitarse al llamado ambiente ‘underground’ (“subterráneo”) o a la tendencia ‘indie’ (“independiente”), que ha ido afianzándose aprovechando al internet como vehículo de difusión.

Pero la historia del rock en México está ligada a los problemas sociales, al menos hasta principios de los años 80. Durante los años 60, cuando el Rock and Roll llegó por fin a México, comenzaron a aparecer grupos que se refriteaban (o copiaban o fusilaban o pirateaban o como quiera llamársele a la acción de reproducir productos ajenos) las canciones que escuchaban interpretadas por grupos ingleses o norteamericanos, algunas en su idioma original y otras debidamente adaptadas al idioma español, a veces traduciendo su mensaje original y otras veces con letras nuevas; de una forma cándida e inocentona aparecieron como ídolos Enrique Guzmán, Angélica María, Johnny Laboriel, Alberto Vázquez, los Locos del Ritmo, los Hooligans, los Apson y otros.

A principios de los años 70 hubo otra propuesta: con la realización del festival de Woodstock, alguien tuvo la idea de realizar un festival popular de rock en México. El ‘Festival de Rock y Ruedas’ en Avándaro (lugar cercano al Valle de Bravo en el Estado de México) resultó en un bodrio mal organizado del cual es mejor no acordarse. Los grupos representativos de esta época tenían nombres acordes con la filosofía acuñada por las comunas de San Francisco: Three Souls In My Mind (posteriormente El Tri), Peace and Love, Tinta Blanca, El Amor, Dug Dug’s, Bandido, etcétera. Se hacían también películas amenizadas con música de rock, pero siempre procurando presentar la música y sus mensajes de la forma más discreta posible, mientras el Loco Valdés y Olga Breeskin simulaban actuar.

Después del asunto de Avándaro hubo una especie de veto o prohibición no escrita contra la música rock por parte de la clase dirigente. Se podría pensar que el desarrollo de la contracultura, dada su ideología comunistoide, era algo ajeno al clasismo social, pero no. El sistema y los medios masivos de comunicación procuraron que el rock no se propagara como una ideología o un agente cultural, sino como una moda, y casi lo lograron. Con base en esto se observa un fenómeno social difícil de explicar: las clases marginadas y la clase media, los gatos asalariados y los menesterosos, se culturizaron hacia el rock de una manera mucho más efectiva que la clase alta. Pero eso sí, Alfredo Díaz Ordaz tenía un grupo llamado Wingman durante los años 70, y Three Souls In My Mind, el grupo de rock más longevo que se ha dado en estas benditas tierras del águila y el nopal y que aún sigue en el camino bajo el nombre de El Tri, se exponía demasiado cantando una canción que en un verso decía: “Ya sólo van a dejar tocar al hijo de Díaz Ordaz”.

Por supuesto que el veto no era absoluto, México nunca ha tenido un régimen totalitario al cien por ciento. Entonces resulta que sí se editaban discos –en ediciones limitadas, pero sí se editaban. Así fue como el público autollamado “jipiteca” pudo conocer las obras de los exponentes extranjeros del género por medio de series como ‘Rock Power’ (de la compañía PolyGram) y ‘Convivencia sagrada’ (de Discos Capitol).

A inicios de los años 80 se consideró que ya las cosas no estaban tan calientes y hubo un poco más de disposición de los medios de comunicación hacia el rock. Por supuesto, las cosas ya habían cambiado: John Lennon ya había muerto y los Rolling Stones estaban en un periodo de letargo; los exponentes de rock progresivo estaban intentando hacer música electrónica más comercial y la era de la psicodelia no era más que un fantasma. Músicos y compositores como Fausto Arrellín, Roberto González, Jaime López, Nina Galindo, Rafael Catana, Eblén Macari y Rodrigo González ‘Rockdrigo’ iniciaron el movimiento del “Rock Rupestre”. Jorge Pantoja, creador del Tianguis del Chopo define a este movimiento como “el eslabón perdido entre la canción de protesta y el rock urbano”, que contribuyó al regreso de la música de rock a las radiodifusoras (Iván Cruz y Nadia Holguín, “Los rockeros que México olvidó”, ‘El Universal’, 12 ago. 2017). De entre dichos intérpretes el más conocido fue Rockdrigo, trovador urbano con gran capacidad crítica cuya influencia póstuma en el movimiento rocanrrolero nacional es innegable, que falleció durante el terremoto que sacudió a la Ciudad de México en septiembre de 1985.

Televisa era en ese tiempo un monopolio que no se limitaba a la transmisión televisiva, sus ejecutivos controlaban todo el mercado musical en México. Bajo su mecenazgo apareció Laureano Brizuela, apodado “El Ángel del Rock” a pesar de ser un intérprete de música pop, y a partir de él una oleada de grupos juveniles que más bien cantaban y bailaban, sin ser representativos de la música de rock en realidad (posiblemente el hecho de que Enrique Guzmán hubiera sido en los años 60 una figura del “rock” mexicano tuvo mucho que ver con que su hija Alejandra Guzmán fuera dada a conocer por sus promotores como “rockera”).

En la recta final de los años 80 y durante los 90 aparecieron exponentes de géneros más afines al rock, como Botellita de Jerez, Café Tacuba, La Castañeda o La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio (grupos que en su mayoría han preferido que su música no sea considerada con ese nombre), y se dio a nivel mundial una tendencia llamada ‘retro-rock’ en la cual los intérpretes intentan volver a generar música del estilo que se usó durante la época psicodélica y los años 70. Incluso muchos de los exponentes de aquellos años, ya cuarentones y cincuentones, reformaron sus grupos y volvieron al negocio de la música. Sin embargo el negocio de la música ya había evolucionado lo suficiente como para que los grupos interpretaran canciones más rítmicas orientadas al radio; el rock para consumo masivo se convirtió en ‘pop’, en algunos casos con la etiqueta de ‘rock alternativo’.

Pero tal parece que las tendencias culturizantes y los mensajes sociales en la música rock ya han dado de sí todo lo que tenían por ofrecer, ya no se espera que sean el combustible de una nueva explosión artística o social. El desarrollo posterior y los cauces que tomó este tipo de música fueron siendo determinados en gran parte por el poder adquisitivo de las masas, los siempre cambiantes intereses de los mecenas del arte poseedores de las compañías de discos y los manipuladores de los medios de comunicación masiva. Con el desarrollo del internet y el advenimiento de la globalización las reglas del juego de la producción y distribución musical han cambiado drásticamente, pero la historia del rock como agente cultural y social hasta el final del siglo XX fue como se resume en este brevísimo compendio, que difícilmente intenta dar una visión global pero que espero que sirva como referencia inicial para los interesados en el tema.

Comentarios, sugerencias, dudas o desavenencias acerca de “Esqueletos en el clóset” son atendidos al correo electrónico esqueletosenelcloset@hotmail.com.

 

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