Se necesita algo más que sentido común para comprender cambios tan abruptos como los que han sucedido en la vida de Yalitza Aparicio en las últimas semanas.
Hasta hace no mucho, la primera actriz indígena en ser nominada a un Oscar hacía piñatas porque no encontraba trabajo como maestra.
La fama es el peor de los malos entendidos, decía Borges. Para Yalitza, el primero de ellos sucedió en la primavera de 2017, cuando tomó parte en un casting en el que ni siquiera quería participar. El azar es caprichoso en todas sus formas. Lo comprobaría pronto.
— Oye, Yalitza, ¿no quieres pasar al casting?
— No, Don Migue, a mí no me gustan esas cosas.
Miguel Ángel Oceguera, director de la Casa de Cultura de Tlaxiaco, había recibido días antes un correo electrónico de parte de un tal Luis Rosales para pedirle un favor: convocar a todas las tlaxiaqueñas de entre 18 y 28 años que tuvieran tez morena y cabello y ojos oscuros.
Don Migue se negó en primera instancia por temor a que se tratase de algo ilícito. Los delitos por trata de mujeres se han incrementado en alrededor de 20 por ciento en el último año, de acuerdo con la Comisión Iberoamericana de Derechos Humanos de Oaxaca. En el correo solo se explicaba que la convocatoria era para “un casting de una película”. Nada más.
Okay, so I uncovered some childhood photos of @YalitzaAparicio and there are NO WORDS. How is she so pure?! pic.twitter.com/VyCIFrT0qm
— Netflix Tudum (@NetflixTudum) January 22, 2019
Al otro día, Silvia Villanueva —colaboradora de Luis Rosales, el director de casting de Roma— se presentó en Tlaxiaco para explicarle a Don Migue que se trataba de un proyecto serio, que confiara en ella porque ya habían hecho las mismas sesiones de prueba en Veracruz, Campeche y Tabasco. Le dijo que Tlaxiaco era la última parada para encontrar a “la chica ideal” del realizador, que por entonces nadie sabía que era Alfonso Cuarón.
Don Migue aceptó y, con ayuda de las radiodifusoras locales, lanzó la convocatoria.
El casting fue todo un éxito. Desde las 10 de la mañana se presentaron alrededor de 100 chicas afuera de la Casa de la Cultura. Entre ellas Edith Aparicio, hermana mayor de Yalitza. Edith era conocida en el pueblo por ser una mujer alegre a la que le gusta cantar en las fiestas populares. Acudió a la prueba en compañía de Yalitza, la callada de la familia, quien se quedó sentada en una banca esperando a Edith, que al final no fue aceptada porque estaba embarazada.
Villanueva debía llevarse 30 posibles candidatas para Cuarón. Le faltaba una. Desde hacía horas que observaba a Yalitza y no pudo evitar proponerle tomar parte en el casting. Don Migue fue el encargado de convencerla.
— No, Don Migue, en serio que a mí no me gustan esas cosas…
A diferencia de su hermana, Yalitza no es una mujer muy interesada en las expresiones artísticas. Don Migue la conoce desde pequeña. Recuerda que Yali alguna vez tomó un taller de artes plásticas y otro de danza, aunque, cuenta, “en realidad lo hacía más para hacer ejercicio que para aprender a bailar”.
Azuzada por los jalones que le propinó su hermana y las palabras de Don Migue, Yalitza aceptó. Sólo porque se trataba de algo sencillo: una sesión fotográfica y una serie de preguntas sobre su vida personal. A Yalitza le aterraba actuar. En Tlaxiaco —pueblo dedicado principalmente a la siembra de maíz y la elaboración de leche y queso— la actuación no es una actividad frecuente.
Cuando terminó la prueba, Villanueva le dijo a Don Migue de qué se trataba todo: la elegida sería la protagonista de una película dirigida por Alfonso Cuarón.
“¿Y sabe qué? La más talentosa es Yalitza”.
Las hermanas Aparicio ya se habían ido a su casa.
Hoy esa casa de concreto, lámina y madera luce vacía. Hace apenas unos días que la familia Aparicio ya no vive ahí.
El pequeño inmueble se encuentra entre caminos de terracería, en Campo de Aviación, una de las colonias más empobrecidas de Tlaxiaco, donde hace años —según los vecinos— aterrizaban avionetas cargadas de droga hasta que una de ellas se estrelló y la pista clandestina fue tomada por el Ejército. Muy cerca de ahí hay un hospital de especialidades que nunca se inauguró pese a haber sido la gran promesa de campaña del anterior alcalde, Óscar Ramírez Bolaños.
Han pasado dos años desde que Yalitza fue elegida por Cuarón —a quien no conocía ni de nombre— para protagonizar su más reciente película. La última vez que los vecinos la vieron fue en Navidad. Desde entonces Yalitza es un misterio. Nadie sabe dónde está y su familia se esconde de la prensa de todas las maneras posibles.
Antes de conceder la entrevista a El Financiero, Don Migue es muy claro: “no voy a decir nada sobre la vida personal de Yalitza, nos lo pidieron muy enérgicamente”.
Un maestro de la Casa de Cultura asegura que la familia no puede hablar “por órdenes de Netflix”, la productora de Roma. Incluso cuenta que un reportero de Los Angeles Timesbuscó al hermano de Yalitza —quien toma clases de danza aquí— y el niño se negó a decir palabra.
La agencia Prensa dosD3 —que lleva las relaciones públicas de la actriz— advirtió a este diario que la familia no hablaría y que Yalitza tiene “una agenda muy apretada, tan apretada que no tiene ni un minuto para hacer una llamada”. Después de más de 24 horas de buscar a un familiar de Yalitza en Tlaxiaco, apareció, por fin, un tío paterno que vende discos en la calle Rafael Reyes Spíndola. Niega revelar su nombre y, en una actitud visiblemente nerviosa, dice que no tiene permitido hablar con nadie sobre su sobrina.
Asegura que la familia aún vive en Tlaxiaco, pero que “va y viene” de un lugar a otro. La encargada de la tortillería de al lado le contradice: “ellos ya se mudaron a la Ciudad de México”. Otro vendedor de agua le increpa: “según yo no, siguen viviendo en Campo de Aviación”.
En Tlaxiaco la fama no es común. No se sabe lidiar con ella. No son pocos los vecinos y conocidos de Yalitza que se muestran a la defensiva cuando se les pregunta por la protagonista de Roma.
Y es que antes de ser la nueva sensación de Hollywood, Yali era maestra de primaria. Pero en Oaxaca —el tercer estado con mayor rezago educativo del país, según datos del INEGI— la educación no deja mucho. Por eso debía ayudar a su hermana a hacer piñatas e incluso tenía un trabajo administrativo de medio tiempo en un hotel de Tlaxiaco, cuentan los vecinos. En casa había que mantener a sus dos pequeños hermanos: Jesse, de 15 años, y Pedro, de 12. Las ganancias de su padre, Raúl Aparicio, quien se dedicaba a vender discos en el centro del pueblo, no eran suficientes.
“Ella decidió superarse y estudiar para maestra en la Normal de Putla. Se ve calladita, pero es una mujer muy fuerte, que nunca se dejó de ningún hombre”, recuerda su ex vecina María Elena Osorio. “Ellas tienen sangre mixteca por su papá y triqui por su mamá. Como indígenas son muy resistentes a todo. Luego cuando hablan el triqui hasta parecen ladridos de perro”.
Está convencida de que Yalitza no debió posar para Vogue y Vanity Fair con trajes típicos indígenas:
“La dejaron como India María, pero no importa, la gente por aquí es bien envidiosa. Qué bueno que usó su inteligencia para triunfar, aunque les arda a las estiradas”.
El fenómeno publicitario no da señales de acercarse a su final. Prada ha dicho que quiere vestirla para el Oscar. Hollywood tiene en Yalitza a su nueva musa. Una musa silenciosa.